Leyendo el diario antes del entrenamiento, me encontré con un texto de Irene Vallejo que me giró en el cerebro toda la sesión de carrera matutina. Miedo, soledad, ansiedad, pánico y dolor, algunos de los terrores que dice Irene, nos han visitado durante estas noches de desasosiego, producto -escribe la autora del maravilloso ensayo «El infinito en un junco»-de la pandemia.
El arranque del proyecto “El último Ironman” me está provocando algunos de los temores que menciona Irene. Miedo a “no hacerla”, a quedar mal en el TFM y que además, todo el esfuerzo puesto en marcha no genere las reacciones esperadas. Ansiedad por el límite de tiempo que supone el TFM. Pánico ante la eventualidad de que el TFM no se le considere “apto”. Sobre el dolor, tengo mucho que decir, ya habrá lugar y tiempo para ello.
Me cuestiono sobre la necedad que me llevó a poner a consideración un proyecto tan ambicioso. Regresar a los entrenamientos buscando finalizar un Ironman ya es un propósito abrumador. Sumarle además, documentarlo, con textos y material audiovisual atractivos para distribuirlos en las plataformas digitales, resulta agobiante en estos días. Como si no tuviera suficiente, debo ocuparme, además, de que el material cumpla con criterios estéticos literarios adecuados para los propósitos del TFM y que provoquen reacciones en las plataformas digitales. Parece lindar con la insensatez, ¿no crees? … En fin.
Hoy en la mañana troté poco más de 8 kilómetros, algunos de ellos por debajo de los 7 minutos. Aunque me prometí que durante esta etapa no pondría atención y mucho menos me afligiría por los tiempos, no puedo engañarme: la verdad, estoy inquieto; no tengo idea de cómo va a repercutir mi edad con el ritmo medio al que estaba acostumbrado hace 8 años.
Después de casi quince semanas transcurridas de esta fase de preparación, estoy cumpliendo con el objetivo básico de sumar kilómetros en las tres disciplinas y recuperar hábitos, horarios y sensaciones. Nos acercamos a la etapa de trabajo donde los entrenamientos tienden a y tienen que ser más específicos. Luego de las veinte semanas iniciales, que sirven para reconstruir la base de resistencia, empezará la fase de desarrollar fuerza y la velocidad.
Entiendo que para una masa constante, una mayor fuerza y/o un mayor período de aplicación de una fuerza máxima producirá un mayor cambio en la velocidad, así que el diseño de las sesiones de entrenamientos de entre semana se utilizarán con esos objetivos como prioridad, mientras que los fines de semana continuaré incrementando la resistencia. No debo adelantarme ni preocuparme por correr más lento que una tortuga coja; al contrario: tengo que divertirme sumando kilómetros sin mayor apremio o ansiedad, que ya tengo suficiente con las que me provoca el TFM.
Regresando al tema de la carrera, el sábado me sentí cómodo, aunque el arranque resultó algo caótico por el tema de la cámara GoPro -eso de cargarla en la cabeza me resultó imposible- pero quería grabar el recorrido para el tema del “Universo de El último Ironman”. Algunas -la mayoría- de las historias que intento escribir y mostrar ocurren en escenarios maravillosos cercanos a casa que quiero presumir, porque precisamente son esos escenarios los que en ocasiones me permiten resistir la dureza y la extensión de la sesiones de entrenamiento.
Fue más o menos en 1997 cuando empecé a correr, y lo hice porque la clásica lesión del tenista -el codo- me había impedido continuar jugando tenis, deporte que me había enamorado, practicándolo intensamente durante los 10 años previos.
Tenis en la mañana, tenis en la noche; tenis durante horas los fines de semana horas; torneos, clases, entrenamientos. Incluso asumí responsabilidades directivas, tocándome refundar y presidir la Asociación de Tenis en el Estado. Además, alcancé posiciones en el Consejo de la Federación Mexicana de Tenis, primero como Vicepresidente de la Zona Norte y después como Segundo Vicepresidente.
Siempre he practicado deporte de competencia. Mi padre y sus hermanos fueron destacados deportistas. Incluso mi padre participó profesionalmente en el deporte espectáculo de la lucha libre. Mi abuelo era el administrador del Club Social y Deportivo más conocido en Monterrey y su casa se conectaba por su parte trasera con la alberca del Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey, Club señero que aún se encuentra operando y en el mismo lugar, aunque la casa de mi abuelo fue demolida víctima del progreso urbano.
Viviendo mi abuelo en un club deportivo, resultaba casi imposible no terminar enamorándome de la actividad deportiva. El primer deporte que practiqué “formalmente” fue el de la natación, compitiendo en la categoría “tepocates” desde los 5 años. También ejercité la gimnasia olímpica, alcanzando a competir a nivel nacional en varios “Juegos Nacionales Infantiles/Juveniles” que organizaba anualmente el gobierno federal. Alcancé un segundo lugar nacional individual en “Salto a caballo” y un tercero por equipos con la selección de Nuevo León. A partir de los once años el único deporte que me interesó practicar fue el futbol. Creo que fui un buen portero. Fue por esos imponderables que se te presentan en la vida que no llegué a jugar profesionalmente, justo cuando ya estaba invitado para intentarlo. Pero esa es otra historia.
Continuando con mis inicios como triatleta, impedido a jugar intensamente el tenis, Javier Sánchez Partida, mi amigo, que además de tenista, era maratonista, me invitó a acompañarlo a Chipinque, ese maravilloso parque ecológico -situado en la monumental montaña Sierra Madre Oriental- bajo el señuelo que me enseñaría a “correr”; y lo hizo, con una paciencia que aún se la agradezco, primero caminando, después combinando la caminata con el trote, hasta que logré ir incrementando las distancias de carrera.
Terminé completamente enganchado con el running. Arranqué mis participaciones en la mayoría de las carreras que se llevaban durante los fines de semana en mi ciudad. Recibir una medalla solo por terminar la carrera representó un viraje en mi manera de ver el deporte. No preocuparme por quién gana o quién pierde, sino por ver si soy o no capaz de terminar un evento cumpliendo con un objetivo muy personal de tiempo, fue el cambio más espectacular que percibí desde el primer evento.
Sumar la bicicleta a los tenis se lo debemos a un médico del deporte que nos hizo ver los inconvenientes físicos que a largo plazo se producen cuando corres todos los días. Convencidos, muy pronto Javier y yo nos lanzamos a comprar nuestras primeras bicicletas de montaña, alternando los días de carrera y ciclismo, siempre en Chipinque. Aún no conocía la disciplina del duatlón y menos la del triatlón, a la que llegaría por invitación del que hasta ahora continúa siendo mi entrenador, Luis Hernández.
Muy interesante mi estimado Humberto, los temores son válidos y más cuando uno no domina alguna de las 3 disciplinas (en mi caso la natación)… Yo tengo 59 años y primero Dios en menos de 3 meses espero vencer esos miedos (porque los tengo) y lograr terminar mi 1er. IRONMAN. Te mando un fuerte abrazo y hay que seguir documentando TODO !!!
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