El Ironman…Cuando me decidí a intentarlo de nuevo, tenía claro que no sería nada fácil. Pasaron un poco más de 8 años, estaba a punto de cumplir 64 años, los últimos 7, cuando menos, sin hacer nada, nada de ejercicio.
La pandemia que nos abrumó el año pasado, pero principalmente la pérdida de un muy querido y admirado amigo, me impulsó, a finales de enero, a abandonar mi marasmo deportivo para salir, primero a caminar y poco después, habiendo reflexionado y determinado que la mejor manera de honrarlo y recordarlo sería competir de nuevo, inicié el largo proceso con el objetivo final de consumar mi quinto Ironman, en Cozumel en el 2022.
Carlos Sandoval Armijo fue, con mucho, el mejor triatleta de Nuevo León y uno de los mejores del País. Falleció en un lamentable accidente durante un entrenamiento de ciclismo. Su muerte cimbró a la comunidad triatleta y a sus amigos y compañeros de aventuras nos dejó, lo menos, desconsolados. Lo echo en falta, pero he comprobado que entrenando, lo conservo cerca, lo recuerdo en una de sus mejores facetas.
Quizá no les resulte obvio a todos, pero cuando me planteo el Ironman, pienso en muchas cosas menos en acometerlo para tener una vida saludable. El Ironman es una prueba física exigente. Lanzarse al mar para nadar casi 4 kilómetros, salir del agua desorientado, agobiado y apurado para subirte a la bicicleta para pedalear durante 180 kilómetros y terminar corriendo un maratón de 42 kilómetros puede parecer una locura y quizá haya algo de eso.
Sin embargo, estoy convencido que la verdadera demencia, algo de enajenación y mucho de excentricidad ocurre durante los meses previos a la prueba, cuando te preparas específicamente para cumplir con el descomunal reto.
El acondicionamiento, su planificación, involucra tantos factores, personales, del entorno familiar, laboral y profesional, que la mayoría no puede formulárselo siquiera. Tiempo, dinero, y si no apoyo, sí, cuando menos, un alto grado de tolerancia por parte de la pareja son los principales.
Prepararme para terminar un Ironman en buenas condiciones, requiere de una media de 22-26 horas a la semana de entrenamiento. A esas horas, le tengo que sumar la de los traslados a los lugares del entrenamiento, los de los indispensables e inevitables masajes terapéuticos, las reuniones con el entrenador, darle mantenimiento a la bicicleta, las sesiones terapia en caso de lesión y muchos menudencias más, que se van agregando al tiempo que ocupas en el gym, nadando, rodando y corriendo.
Lo de documentar el proceso del regreso, lo puedo precisar fácilmente: se me ocurrió el domingo 2 de mayo del 2021, arriba de la bicicleta, pasando los cincuenta kilómetros en una de las primeras salidas por la carretera nacional.
Presionado por una tarea que tenía que presentar el martes siguiente martes sobre el tema “semillero de ideas” en el curso “Novela”, última materia del Master en Escritura Creativa que cursé durante los últimos dos años en la Universidad de Salamanca me llegó una idea, inservible para la inminente tarea, pero con potencial para el Trabajo Final del Master, el mítico y último requisito requerido para obtener el grado académico.
En el curso, se mencionó el libro de Haruki Murakami “De qué hablo cuando hablo de correr” y creo que la presión de la tarea, añadido al recuerdo del libro de Murakami, leído durante un viaje a la ciudad texana de Lubbock en junio del 2010 para realizar mi primer triatlón de media distancia, fue lo que generó “La Idea” de trabajar sobre un proyecto transmedia, relatando el que puede ser -lo deseo- el apasionante viaje de retorno hasta Cozumel 2022 utilizando varios géneros literarios, como crónicas, diarios de viaje, ensayos, relatos cortos de ficción y textos de no ficción, para distribuirlos a través de diferentes plataformas digitales.
No es que “piense”, ni mucho ni poco, mientras estoy arriba de la bicicleta. Existen tantos riesgos mientras estas pedaleando una ligera bicicleta de carbono sobre una carretera de tres carriles, que cuando menos yo, me distraigo poco. La sensación de vulnerabilidad frente a los tráileres, autobuses y automóviles que pasan a más de cien kilómetros por hora a mi lado, las estelas de aire que dejan a su paso, los diversos obstáculos que se atraviesan por doquier, evitan que caiga en cualquier tipo de estado Zen o de profunda meditación. Pienso en el clima, intento percibir y procesar sí me siento cansado o no; quizá, reviso el Garmin para observar los datos de velocidad, cadencia, distancia o frecuencia cardíaca, pero hasta ahí. Pero ese domingo, si me vino a la mente el proyecto de TFM. Llegando a casa lo fui desarrollando hasta que llegó el día en que tenía que ponerlo a consideración del comité, cuya aprobación recibí días después.
Pero comentaba que, aunque estaba consciente de la magnitud del reto, no me imaginé que tan pronto -estoy apenas en la semana 14 del programa que me he trazado- ya habría sufrido dos caídas de la bicicleta, la segunda más peligrosa y dolorosa que la primera, que me obligó a suspender una semana completa el entrenamiento. Son esa clase de imprevistos los que te hacen valorar el esfuerzo, dedicación y perseverancia que conlleva el reto conforme los superas.
No alcancé ni a iniciar mi quinto Ironman, programado para el mes de noviembre del 2014. Una mañana de principios de junio de ese año, antes de empezar el entrenamiento de trote, en la pista de Calzada, tonteando con Luz María, metí la pata cuando tontamente se me ocurrió hacer un sprint en frío, provocándome una tendinitis en la parte trasera del muslo derecho. Otro disparate fue no haber suspendido entero el programa de entrenamiento por unos días, como era aconsejable. Mientras acudía a la terapia, yo continuaba sin ajustarlo con el programa de natación y ciclismo, y el de trote, cumplía con la distancia, pero caminando, alargando así, el tiempo del pesado programa de entrenamiento.
No lograba sanar la lesión. Un sábado de la tercera semana de septiembre, durante la sesión de ciclismo, una pequeña pendiente, habiendo recorrido 40 kilómetros del programa, me provocó tan intenso dolor, que me obligó a parar. Reconocí que me quedaba sin margen de tiempo para preparar adecuadamente la competencia. Estábamos a menos de 9 semanas del Ironman.
Le hice señas a Luz María -que la hacía de escolta-, para que se estacionara, subí la bicicleta a la camioneta y nos fuimos a desayunar a un pequeño restaurante, en la orilla de la carretera, en Santiago, N.L., encantadora fonda que en decenas de ocasiones habíamos visto durante los entrenamientos, sin contar con una oportunidad para pararnos a conocerla.
Resultó un triste desayuno. Cancelar vuelos, reservaciones, perder la inscripción al evento, eran temas menores comparados con el sentimiento, la sensación de que la había cagado dos veces: en el dichoso sprint (aún lo recuerdo) y en la necedad de continuar sin parar. No logré mi quinto Ironman, no obtuve la codiciada medalla, no escuché al locutor gritar a mi llegada “Humberto You Are An Ironman” que tantas emociones te despierta cuando lo escuchas en la meta.
Así, resultó que mi último Ironman, hasta hoy, fue el cuarto, el primero de diciembre del 2013, cuando por fin, logré superar la barrera de las horas, terminándolo en un excelente e inolvidable tiempo de 12 horas y 20 minutos. Cruzar la linea de meta produce en el triatleta un caudal de emociones, sensaciones y sentimientos, cruzarla, superando además las expectativas, los fortifica.

Puedo dar muchas explicaciones sobre las razones por las que no volví a los entrenamientos. Para mí, la verdadera fue la tardanza para sanar de la tendinitis. A pesar que ese septiembre paré, ahora sí, de entrenar unas buenas semanas, nunca resultaban suficientes. Muchas sesiones de terapia, abundante reposo de “recuperación”, y cuando me otorgaba la doctora el visto bueno para empezar a trotar suavemente, el dolor regresaba. Se convirtió en crónica la lesión. Quizá, más que inflamación del tendón, derivó en agravio… ¿mental? Probablemente sí. A lo mejor mi cuerpo reclamaba de esa manera por más descanso sin adjetivos. Llevaba 14 años como triatleta, compitiendo sin parar, los últimos tres en largas distancias, y no descarto como causa probable que mi organismo clamara por más descanso. El caso es que soy de los que solo conciben el deporte como medio de competencia. No tengo carácter para hacer alguna actividad deportiva solo por razones se salud. Y ya adicto a la desmesurada, a la excesiva, enorme satisfacción que te genera terminar un Ironman, cualquier otro objetivo te parece pequeño, indigno de levantarte del sofá, por lo que pasaron los meses, los años, hasta enero de este 2021, cuando me paré para buscar escribir esta historia.
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